jueves, 4 de septiembre de 2014

GABRIEL


Gabriel es un viejo escritor de casi 60 años, tal vez más o tal vez menos, no lo recuerda con exactitud, porque nunca más volvió a tener contacto con el exterior, ni con la realidad propiamente dicha, después de haber quedado mentalmente  estropeado desde aquel día en que su mujer lo abandonó por otro menos torpe y menos gordo que él, justo un día antes de cumplir un año más de andar juntos, un primero de febrero a las 3:45 de la tarde en la banca exterior de una vieja tienda de unos chinos, lo hizo sentar y le dio la estocada final. Y sí irónicamente lo abandonó en el mes donde el amor está esparcido por el viento sin problema alguno, simplemente lo dejó como quien deja abandonado un par de viejas zapatillas sobre el tacho de basura que se apoya en la sucia vereda esperando a ver si algún necesitado de lo ajeno se lo lleva.

Aunque Gabriel se ha pasado más de la mitad de su vida escribiendo y publicando miles de libros sobre lo infeliz que le ha hecho perder a Lucia, no conoce ni el más mínimo roce de éxito o reconocimiento, eso a lo que malamente llamamos, fama, pero él promete seguir haciéndolo con la torpe he ilusoria idea de poder encontrar aquel logaritmo que le haga entender del por qué ella se a ido y de por qué a él se le hace imposible entender la vida sin ella.

A pasado ya mucho de aquel fatídico atropello que lo dejó insano, tiempo con el cual ha llegado a concluir alegremente, que así como se le ha ido olvidando la edad y otras cosas del día a día como darle un remojón en agua a su abultado cuerpo, también ha podido olvidar el rostro de Lucía, el amor infinito que ha sentido por ella y aunque a veces ha abrasado fuertemente su almohada pensando en ella y gritando que aún la extraña, ya no se escandaliza por esa impredecible humillación que lo aqueja de cuando en cuando en la intimidad de ese espacio donde se dedica a fabricar sueños, así que solo se mantiene tranquilo porque entiende que son momentos de debilidades que no son ajenos a la naturalidad de ser lo que somos, #humanos. 

A llegado el invierno, la estación climática del año que más disfruta Gabriel, por la facilidad que tiene de pasar todo el día en cama viendo películas de Chaplin, fumándose unos cigarros, y por las noches, de cuando en cuando, haciéndose una paja, pajas que al inicio lo atormentaban duramente, porque sabía que "Dios" no aprueba la autocomplacencia, el darse amor propio, prohibiciones absurdas que lo llenaban de odio, ese odio que le permitía juzgar a su propio dios lanzando las blasfemias existencialistas que fácilmente le hacían decir: 

- Pero qué sabe "Dios" de pajas, qué sabe él de extrañar la caricia de una mujer si él nunca tuvo una.- 

Luego de lanzar su humanidad hecha frase tomaba un respiro hondo y se mantenía tranquilo, porque nuevamente entiende que hacer eso también es algo a fin a nuestra naturaleza de ser lo que somos, #humanos.

Han pasado los días y Gabriel sigue fiel a su encierro; ya se acerca la primavera, aunque recién empieza septiembre Gabriel empieza a automedicarse porque el frío cada vez es más intenso y ya casi cala los huesos y él quiere evitar caer en cama de gripa, aunque muy en el fondo sabe que esas pastillas en exceso que se lleva a la boca no son nada más que la excusa perfecta para dejar este mundo al menos por un corto tiempo, tiempo en que por lo general le llegan muchas cartas de sus amigos solicitando que por favor los reciba para poder saludarlo en el día su cumpleaños, peticiones que ha Gabriel lo dejaban cada vez más encabronado, él no soporta la estúpida idea de recibir saludos y felicitaciones por el simple hecho de mantenerse un año más con vida, qué mérito merece uno de seguir viviendo si no ha hecho nada por merecer seguir vivo en está fugaz competencia mal sana llamada vida decía, mientras separaba las cartas de amigos y extraños esperando tontamente encontrar una carta de Lucia.

Son las  cero horas con seis minutos del once de septiembre y Gabriel no puede dormir, porque ese día no hubo pastillas que lo acaricien suavemente hasta dejarlo profundamente dormido como torpemente lo había planeado y sin darse cuenta la luna se despide con la llegada del sol casi a las siete de la mañana, y junto al entristecido sol también llegan los TJ (Testigos de Jehová) para joderle la vida y como para darle motivos para seguir odiando este día, pero él no se enfurece ya está acostumbrado a ignorarlos así que solo mira hacia arriba como quien mira al cielo y dice: perdónalos "Dios" porque no saben lo que hacen. 

- Señor Gabriel, sabemos que está ahí dentro ¿Por qué no sale? -
 
No salgo porque justamente  sé que ustedes andan allá afuera.

Y es así como Gabriel se ha ido librando de los TJ en esta larga guerra de falsos predicadores y aunque tristemente sabe que no será la última vez que tenga que hacerlo no pierde las esperanzas de que algún día está gente se dé cuenta de que tanta cojudez de predicar en este mundo lleno de "mundanos" no les asegurará en lo absoluto librarse y salir victoriosos de un apocalíptico  ataque zombie. 

Luego de librarse de los TJ Gabriel se sirve una taza de café, prende un cigarro y se rasca su cada vez más escasa cabellera mientras piensa cómo carajos librarse de este día que tanto lo atormenta, este día que en su momento cuando lo vieron nacer creyeron que a su llegada, al mundo, le traería dicha y felicidad. Gabriel está cada vez más cerca de asomar el último suspiro que lo mantiene con vida y reconoce que en la vida ha sido de todo, menos dichoso y feliz, lo que sí reconoce plenamente es haber sido un kabrón uno que creyó que siempre sería él quien lleve la cantimplora en el desierto, pero no, ya a esta edad asume la pérdida total de todo a lo que se le pueda llamar felicidad o tal vez solo quiere reconocer que ha fracasado en el intento de asomar la cabeza afuera y encontrar ese amor que perdió al perder a Lucía y que jamás volvió a sentir de otra persona ni a manera de un gesto bondadoso como quien le lanza dos monedas de cobre a un mendigo por la calle.

No ha terminado de darle tres vueltas a su café con la cuchara de cartón que se fabricó en su intento de aportarle algo ingenioso a su día a día y se oye el grito ojeroso de un joven señor:

                                                 - ¡A ver, el 18, que salga el 18! -

 - ¡Así que aparte de hacerte el escritor ahora te haces el cojudo Gabriel, o ya te quedaste sordo, viejo huevón! -
 
Gabriel lo mira más que encabronado y le responde: me deja usted más que impresionado jovencito porque no sé cómo chucha a hecho para verme los huevos sin sacarme el pantalón.

 - ¡Ay chucha, la cagada, ahora resulta que no solo te crees escritor, sino también te crees pendejo!
- Ya, ya, ya salga no más que parece que hoy sí sales, pero sales de verdad.-

 Aunque Gabriel siempre ha dejado claro que no quiere recibir a nadie, a nadie que no sea Lucia, está vez no ha podido darse el lujo de negarse a recibir esta visita, así que saca su arrugado y abultado cuerpo, se dirige a una sala donde lo espera sentado un extraño y muy bien vestido señor, señor que al momento en que llega Gabriel lo recibe con mucha admiración y benevolencia:

- Señor Gabriel, muchas gracias por recibirme, es un placer para mi conocer a tan distinguida persona, quiero que sepa de antemano que cuenta conmigo para lo que quiera y que soy admirador suyo, me he leído todos sus libros.-

Gabriel lo aturde tanto dramatismo emocional y exageradas atribuciones a su persona y solo le dice: primero quiero que sepa que lo recibo en contra de mi voluntad y si eso es todo lo que me quiere decir me despido quedando agradecido por todo ese lodo de exageraciones que ha venido a dejar sobre mi viejo y abultado ser.

Aquel extraño de buen gusto para vestir le pide a Gabriel que por favor se quede porque trae un documento en mano que asegura le cambiará la vida, le dice que viene a decirle a Gabriel que se ha hecho ganador del premio más ilustre de Literatura que haya sido inventado por el hombre, El Nobel.

Gabriel ni se inmuta, solo le dice que se siente agradecido con él por tomarse el tiempo de venir hasta aquí pa’ decirle algo que pudo dejar por escrito en una carta. El muy pulcro señor del correcto vestir le dice que eso han venido haciendo desde hace años y que nunca han recibido respuesta alguna de su parte, Gabriel se queda pensativo mientras se saca los "duritos" de piel al borde de sus uñas y entiende del porque tantas cartas en todo este tiempo. 

Gabriel le explica que es un mal momento para él porque hoy es el día de su cumpleaños y no quiere saber nada de nadie y menos de premios que no siente habérselos ganado, pero el señor de tan admirable vestir, le dice que no solo ha venido a darle la noticia de que es el nuevo Nobel de Literatura sino que también ha venido a sacarlo, siempre y cuando el acepte el Nobel y asista a la ceremonia de premiación, pero Gabriel se ofende y grita:

- ¡Sacarme de dónde carajo! -

El señor de envidiable gusto por el buen vestir se acerca al lado derecho de la sien de Gabriel y le dice al oído a voz baja, como quien le confiesa a su hijo un domingo por la mañana en la puerta de la iglesia que "Dios" es un mito urbano:

- Gabriel siento mucho tener que hacérselo recordar, pero usted está encerrado aquí por más de 30 años por haber matado a Lucia, a la mujer que tanto ha amado, a quien le ha ido dedicando cada línea escrita en todos sus libros en estos 30 años. Pero mantenga la calma que hemos resuelto su situación, si usted acepta el Nobel, ahora mismo lo sacaríamos de la prisión. - 

Nunca antes en todos estos años de encierro alguien había escuchado gritar de felicidad a Gabriel, la sonrisa a invadido por completo su anciano rostro, a lanzado las carcajadas más escalofriantes nacidas del mismo demonio, el guardia a llegado y pregunta:

- ¿Qué chuca está pasando?- 

Gabriel solo sigue riendo de felicidad, sigue lanzando esa sonrisa diabólica que enciende sus descoloridos y ancianos ojos. Con ayuda del guardia logra sentarse y escupe la más temible frase de amor que haya nacido de un ser desquiciado, de alguien que a creído que al amor es real, de un humano:

- Ahora entiendo porque nunca recibí una sola carta de Lucia, era porque estaba muerta... y yo aquí pensando que no lo hacía porque había dejado de amarme, pero que gran susto que me he llevado. -

 
 
- FIN -


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