Gabriel es un viejo escritor de casi 60 años, tal
vez más o tal vez menos, no lo recuerda con exactitud, porque nunca más volvió
a tener contacto con el exterior, ni con la realidad propiamente dicha, después
de haber quedado mentalmente estropeado desde aquel día en que su mujer
lo abandonó por otro menos torpe y menos gordo que él, justo un día antes de
cumplir un año más de andar juntos, un primero de febrero a las 3:45 de la
tarde en la banca exterior de una vieja tienda de unos chinos, lo hizo sentar y
le dio la estocada final. Y sí irónicamente lo abandonó en el mes donde el amor
está esparcido por el viento sin problema alguno,
simplemente lo dejó como quien deja abandonado un par de viejas zapatillas
sobre el tacho de basura que se apoya en la sucia vereda esperando a ver si
algún necesitado de lo ajeno se lo lleva.
Aunque Gabriel se ha pasado más de la mitad de su
vida escribiendo y publicando miles de libros sobre lo infeliz que le ha hecho
perder a Lucia, no conoce ni el más mínimo roce de éxito o reconocimiento, eso
a lo que malamente llamamos, fama, pero él promete seguir haciéndolo con la
torpe he ilusoria idea de poder encontrar aquel logaritmo que le haga entender
del por qué ella se a ido y de por qué a él se le hace imposible entender la
vida sin ella.
A pasado ya mucho de aquel fatídico atropello que
lo dejó insano, tiempo con el cual ha llegado a concluir alegremente, que así como se le ha
ido olvidando la edad y otras cosas del día a día como darle un remojón en agua
a su abultado cuerpo, también ha podido olvidar el rostro de Lucía, el amor
infinito que ha sentido por ella y aunque a veces ha abrasado fuertemente su
almohada pensando en ella y gritando que aún la extraña, ya no se escandaliza
por esa impredecible humillación que lo aqueja de cuando en cuando en la
intimidad de ese espacio donde se dedica a fabricar sueños, así que solo se
mantiene tranquilo porque entiende que son momentos de debilidades que no son
ajenos a la naturalidad de ser lo que somos, #humanos.
A llegado el invierno, la estación climática del
año que más disfruta Gabriel, por la facilidad que tiene de pasar todo el día
en cama viendo películas de Chaplin, fumándose unos cigarros, y por las noches,
de cuando en cuando, haciéndose una paja, pajas que al inicio lo atormentaban
duramente, porque sabía que "Dios" no aprueba la autocomplacencia, el
darse amor propio, prohibiciones absurdas que lo llenaban de odio, ese odio que le permitía juzgar a su propio dios lanzando las blasfemias existencialistas que fácilmente le hacían decir:
- Pero qué sabe "Dios" de pajas, qué sabe él de
extrañar la caricia de una mujer si él nunca tuvo una.-
Luego de lanzar su humanidad hecha frase tomaba un respiro
hondo y se mantenía tranquilo, porque nuevamente entiende que hacer eso también
es algo a fin a nuestra naturaleza de ser lo que somos, #humanos.
Han pasado los días y Gabriel sigue fiel a su
encierro; ya se acerca la primavera, aunque recién empieza septiembre Gabriel
empieza a automedicarse porque el frío cada vez es más intenso y ya casi cala
los huesos y él quiere evitar caer en cama de gripa, aunque muy en el
fondo sabe que esas pastillas en exceso que se lleva a la boca no son nada más
que la excusa perfecta para dejar este mundo al menos por un corto tiempo,
tiempo en que por lo general le llegan muchas cartas de sus amigos solicitando
que por favor los reciba para poder saludarlo en el día su cumpleaños,
peticiones que ha Gabriel lo dejaban cada vez más encabronado, él no soporta la
estúpida idea de recibir saludos y felicitaciones por el simple hecho de
mantenerse un año más con vida, qué mérito merece uno de seguir viviendo si no
ha hecho nada por merecer seguir vivo en está fugaz competencia mal sana
llamada vida decía, mientras separaba las cartas de amigos y
extraños esperando tontamente encontrar una carta de Lucia.
Son las cero horas con seis minutos
del once de septiembre y Gabriel no puede dormir, porque ese día no hubo
pastillas que lo acaricien suavemente hasta dejarlo profundamente dormido como
torpemente lo había planeado y sin darse cuenta la luna se despide con la llegada del sol casi a las siete de la mañana, y junto al entristecido sol también llegan los TJ (Testigos de Jehová) para joderle
la vida y como para darle motivos para seguir odiando este día, pero él no
se enfurece ya está acostumbrado a ignorarlos así que solo mira hacia arriba
como quien mira al cielo y dice: perdónalos "Dios" porque no saben lo
que hacen.
- Señor Gabriel, sabemos que está ahí dentro ¿Por qué no sale? -
No salgo porque justamente sé que ustedes andan allá afuera.
Y es así como Gabriel se ha ido
librando de los TJ en esta larga guerra de falsos predicadores
y aunque tristemente sabe que no será la última vez que tenga que hacerlo
no pierde las esperanzas de que algún día está gente se dé cuenta de que tanta
cojudez de predicar en este mundo lleno de "mundanos" no les
asegurará en lo absoluto librarse y salir victoriosos de un apocalíptico
ataque zombie.
Luego de librarse de los TJ Gabriel se sirve una
taza de café, prende un cigarro y se rasca su cada vez más escasa cabellera
mientras piensa cómo carajos librarse de este día que tanto lo atormenta, este
día que en su momento cuando lo vieron nacer creyeron que a su llegada, al
mundo, le traería dicha y felicidad. Gabriel está cada vez más cerca de asomar
el último suspiro que lo mantiene con vida y reconoce que en la vida ha sido de
todo, menos dichoso y feliz, lo que sí reconoce plenamente es haber sido un
kabrón uno que creyó que siempre sería él quien lleve la cantimplora en el
desierto, pero no, ya a esta edad asume la pérdida total de todo a lo que se le
pueda llamar felicidad o tal vez solo quiere reconocer que ha fracasado en el
intento de asomar la cabeza afuera y encontrar ese amor que perdió al perder a
Lucía y que jamás volvió a sentir de otra persona ni a manera de un gesto
bondadoso como quien le lanza dos monedas de cobre a un mendigo por la calle.
No ha terminado de darle tres vueltas a su café
con la cuchara de cartón que se fabricó en su intento de aportarle algo
ingenioso a su día a día y se oye el grito ojeroso de un joven señor:
- ¡A ver, el 18, que salga el 18! -
- ¡Así que aparte de hacerte el escritor ahora te haces
el cojudo Gabriel,
o ya te quedaste sordo, viejo huevón! -
Gabriel lo mira más que encabronado y le responde: me deja usted más
que impresionado jovencito porque no sé cómo chucha a hecho para verme los huevos sin sacarme el
pantalón.
- ¡Ay chucha, la cagada, ahora
resulta que no solo te crees escritor, sino también te crees pendejo!
- Ya, ya, ya salga no más que parece que hoy sí sales, pero sales de verdad.-
Aunque Gabriel siempre ha dejado claro
que no quiere recibir a nadie, a nadie que no sea Lucia, está vez no ha podido
darse el lujo de negarse a recibir esta visita, así que saca su arrugado y
abultado cuerpo, se dirige a una sala donde lo espera sentado un extraño y muy
bien vestido señor, señor que al momento en que llega Gabriel lo recibe
con mucha admiración y benevolencia:
- Señor Gabriel, muchas gracias por
recibirme, es un placer para mi conocer a tan distinguida persona,
quiero que sepa de antemano que cuenta conmigo para lo que quiera y que soy admirador suyo, me he
leído todos sus libros.-
Gabriel lo aturde tanto
dramatismo emocional y exageradas atribuciones a su persona y solo le
dice: primero quiero que sepa que lo recibo en contra de mi voluntad y si
eso es todo lo que me quiere decir me despido quedando agradecido por todo
ese lodo de exageraciones que ha venido a dejar sobre mi viejo y abultado ser.
Aquel extraño de buen gusto para vestir le pide a
Gabriel que por favor se quede porque trae un documento en mano que asegura le
cambiará la vida, le dice que viene a decirle a Gabriel
que se ha hecho ganador del premio más ilustre de Literatura que haya sido
inventado por el hombre, El Nobel.
Gabriel ni se inmuta, solo le dice que se siente
agradecido con él por tomarse el tiempo de venir hasta aquí pa’ decirle algo
que pudo dejar por escrito en una carta. El muy pulcro señor del correcto
vestir le dice que eso han venido haciendo desde hace años y que nunca han
recibido respuesta alguna de su parte, Gabriel se queda pensativo mientras
se saca los "duritos" de piel al borde de sus
uñas y entiende del porque tantas cartas en todo este tiempo.
Gabriel le explica que es un mal momento para él porque hoy es el día de
su cumpleaños y no quiere saber nada de nadie y menos de premios que
no siente habérselos ganado, pero el señor de tan admirable vestir, le
dice que no solo ha venido a darle la noticia de que es el nuevo Nobel de
Literatura sino que también ha venido a sacarlo, siempre y cuando el acepte el
Nobel y asista a la ceremonia de premiación, pero Gabriel se ofende y grita:
- ¡Sacarme de dónde carajo! -
El señor de envidiable gusto por el buen vestir se
acerca al lado derecho de la sien de Gabriel y le dice al
oído a voz baja, como quien le confiesa a su hijo un domingo por la
mañana en la puerta de la iglesia que "Dios" es un mito urbano:
- Gabriel siento mucho tener que
hacérselo recordar, pero usted está encerrado aquí por más de 30 años por haber matado a Lucia, a la mujer que
tanto ha amado, a quien le ha ido dedicando cada línea escrita en todos sus
libros en estos 30 años. Pero mantenga la calma que hemos resuelto su
situación, si usted acepta el Nobel, ahora mismo lo sacaríamos de la
prisión. -
Nunca antes en todos estos años de encierro
alguien había escuchado gritar de felicidad a Gabriel, la
sonrisa a invadido por completo su anciano rostro, a lanzado las carcajadas
más escalofriantes nacidas del mismo demonio, el guardia a llegado y pregunta:
-
¿Qué chuca está pasando?-
Gabriel solo sigue riendo de
felicidad, sigue lanzando esa sonrisa diabólica que enciende sus descoloridos y ancianos ojos. Con ayuda del guardia
logra sentarse y escupe la más temible frase de amor que haya nacido de un ser
desquiciado, de alguien que a creído que al amor es real, de un humano:
- Ahora entiendo porque nunca recibí una sola carta de Lucia, era porque estaba muerta... y yo aquí pensando
que no lo hacía porque había dejado de amarme, pero que gran susto que me he llevado. -
- FIN -
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